Las etiquetas de “republicano” y “anticlerical” acompañaron siempre a Blasco Ibáñez y lo convirtieron, durante el largo franquismo, en una figura que debía ser olvidada, desterrada. En el canon literario no hubo sitio para el valenciano. Su residencia de la Malvarrosa, hoy sede de la Casa-Museo Blasco Ibáñez, sufrió el abandono y su mausoleo fue derribado tras la guerra civil española por los vencedores. Blasco Ibáñez pasó a ser un autor proscrito en su propia tierra, cuyo nombre llevó a lo largo y ancho del planeta gracias a su fama mundial y al éxito de sus obras.
En la España de Franco sus libros dejaron de exhibirse en los escaparates de las librerías y su nombre fue silenciado.
Los bustos y estatuas dedicados a su figura fueron removidos cuando no destruidos. Ocurrió con la figura levantada en Burjassot, considerada la primera de todas las esculpidas en honor del escritor. Aunque la idea fue propuesta en 1931, pocos años después de la muerte del literato, el monumento fue inaugurado recién en 1938, en plena guerra civil. Una vez concluido el conflicto bélico, la estatua fue arrojada a un solar semidestruido, con la cabeza y las manos arrancadas. Décadas más tarde, ya recuperada la democracia, los restos fueron recuperados y restaurados.
La estatua como símbolo o metáfora de lo que le ocurrió al propio escritor y a su nombre. Consagrado y jaleado por sus paisanos, acabó siendo despreciado y arrojado a las sombras del olvido y el abandono para resurgir, aunque sea tímidamente, mucho tiempo después.
Hoy el monumento se yergue en el paseo de Concepción Arenal, junto a los famosos Silos de Burjassot, mirando en línea recta hacia la casa, todavía en pie, que construyera el padre de Blasco Ibáñez. Es la misma casa en la que el escritor pasó muchos veranos de su infancia y en la que sitúa algunos pasajes de Arroz y tartana, una de sus más célebres y celebradas novelas.
Para leer más sobre este tema:
El monumento a Vicente Blasco Ibáñez en Burjassot, por Luis Manuel Expósito Navarro.