Ángel López García es el secretario de la Fundación Centro de Estudios Vicente Blasco Ibáñez, entidad creada por la familia del escritor y a la que ha hecho depositaria del legado (manuscritos, correspondencia, fotografías, objetos varios) del autor de Sangre y arena.
López García, como es de suponer, es un gran conocedor tanto de la obra como de la vida de Blasco Ibáñez. Así que a él recurrimos para hablar del fundador de Nueva Valencia. La entrevista la realizamos en los silos de Burjasot (declarados Monumento Histórico-Artístico Nacional en 1982), un conjunto arquitectónico destinado antiguamente al almacenamiento de trigo y que aparece mencionado en Arroz y tartana, una de las mejores y más apreciadas novelas de Blasco Ibáñez, de la siguiente manera: “Los famosos silos de Burjasot, gigantesca plataforma de piedra, cuadrada meseta, agujereada a trechos por la boca de los profundos depósitos”.
En la explanada superior de esa “gigantesca plataforma de piedra” mantuvimos la charla con López García, quien, entre otras cosas, se refirió a las razones por las que las colonias fundadas por Blasco Ibáñez en Argentina no consiguieron prosperar, trazó un paralelismo entre los españoles que emigraban en aquella época y los que lo hacen en la actualidad y explicó las causas por las cuales el escritor valenciano más publicado en el mundo no goza en el presente de un reconocimiento acorde con su figura.
Frente a los Silos, a escasos metros de donde entrevistamos a López García, aún permanece la que fuera casa de fin de semana de la familia del escritor, construida por su padre. En ella, Blasco Ibáñez pasó mucho de los veranos de su infancia. También aparece referida en Arroz y tartana: “Era un chalet que parecía escapado de una caja de juguetes: un edificio construido por contrata, tan bonito como frágil. (…) A pesar de su aspecto de decoración de ópera, el tal chalet no pasaba de ser una casa de vecindad, enclavado como estaba entre otras construcciones de la misma clase, todas frágiles y pretenciosas (…) y sobre la verja, en letras doradas, los campanudos títulos de Villa-Teresa, Villa-María, etc., según fuese el nombre de la propietaria”.
Hoy, sobre la fachada del edificio, lo que puede leerse es el nombre del banco que funciona en el bajo.